jueves, 26 de marzo de 2009

Sermón Memorable. Sí.

SERMÓN DE S.E.R. MONSEÑOR ALFONSO DE GALARRETA
PRONUNCIADO EN LA MISA DEL DOMINGO 15 DE MARZO DE 2009
EN EL SEMINARIO “NUESTRA SEÑORA CORREDENTORA” DE LA REJA

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Queridos Padres, queridos seminaristas, queridísimos fieles:

Quisiera aprovechar esta primera ocasión en que puedo dirigirles la palabra para referirme a los dos acontecimientos tan importantes que ocurrieron durante este verano, y quisiera dar una visión más bien general, es decir desde los principios —desde el punto de vista sobrenatural—, para que quede claro cuál es nuestra posición, la posición de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, y cuál tiene que ser la línea que nos guíe a través de nuestros combates.

Primer acontecimiento importante

Y en primer lugar, en orden cronológico, tuvo lugar el decreto sobre las supuestas excomuniones; el decreto de levantamiento de las supuestas excomuniones. Y nuestra posición ha sido muy clara antes, durante y después de este decreto. Siempre hemos afirmado y siempre hemos mantenido que esas censuras eran absolutamente nulas, de hecho y de derecho.

Aquel acto del año 1988 —las consagraciones episcopales— no solamente fue un bien, sino que fue un bien supremo, en razón del estado de necesidad en que está la Santa Iglesia. Fue un acto para salvaguardar el verdadero sacerdocio católico y, por lo tanto, la verdadera Fe católica. Fue un acto en defensa de la Santa Iglesia, para la supervivencia de la Santa Iglesia y, por lo tanto, es evidente que no puede ser objeto de ningún tipo de condenación.

Pero, sin embargo, es también evidente que, a los ojos del común de la gente, sí estábamos excomulgados: a los ojos de la opinión pública, a los ojos del resto de la Iglesia a quienes no llegan nuestras explicaciones o nuestros argumentos, estábamos condenados. Y sobre todo estaba condenada la Tradición católica, la verdadera Fe católica. Y por eso nos alegramos del decreto.

Ya saben que pensar es distinguir. Lo propio de la inteligencia es distinguir. Hay que distinguir entre los aspectos distintos de las cosas. Nos alegramos y agradecimos —porque lo cortés no quita lo valiente, y el respeto y la caridad son una obligación de todo buen cristiano—, nos alegramos y agradecimos ese decreto, precisamente en cuanto nos quita ese estigma, en cuanto quita esa condenación a lo que representamos, que es la verdadera Tradición católica, que es la verdadera Fe católica. Y ese primer aspecto allana el camino para que podamos discutir sobre doctrina, sobre Fe, con esta Roma.

Y en segundo lugar es evidente que esa medida quita un obstáculo mayor en muchas almas para que puedan acercarse a nosotros y para que puedan acercarse a la Tradición. Y es lo que está pasando. Después del Motu Proprio, y aún más especialmente después del decreto, hay muchísima gente que se está acercando a la Tradición, y muchos sacerdotes que antes tenían miedo y ahora vienen a aprender la misa, por ejemplo, en nuestros prioratos.

Ahora, que nos alegremos de eso no quiere decir que el decreto en sí mismo nos parezca bueno. Es evidente que ese decreto no responde ni a la realidad, ni a la verdad, ni a la justicia. Entonces, queda pendiente una verdadera rehabilitación, y no tanto de nosotros los cuatro obispos de la Fraternidad, sino especialmente de todos aquellos que conformamos la pequeña familia de la Tradición, y muy especialmente la rehabilitación de Monseñor de Castro Mayer y de Monseñor Lefebvre. Eso queda pendiente.

Pero, es evidente para quien reflexiona un poco, que esta Roma actual no podrá hacer esa rehabilitación si antes no entiende que obramos movidos por el bien común de la Iglesia y por el estado de necesidad, y para eso tiene que reconocer que hay un problema grave de apostasía de la Fe pero en ellos mismos. Es imposible pretender esa rehabilitación actualmente cuando precisamente lo que queremos es hablar para hacerles ver, con la gracia de Dios, que andan lejos de los caminos de la Fe.

En tercer lugar, y lo hemos dicho muchas veces y lo repito, desde que nosotros, los sucesores de Monseñor Lefebvre, entramos en contacto con Roma, dejamos claro que excluimos absolutamente un acuerdo puramente práctico. Ni lo buscamos, ni lo aceptamos ni estamos dispuestos a recibirlo. Sabemos que eso sí sería el fin de nuestro combate, porque ¿cómo podemos obedecer y ponernos a las órdenes de aquellos mismos que nos mandan la demolición sistemática de la Fe y de la Iglesia, abrazando el modernismo y el liberalismo?

Y eso ha sido así antes, durante y después del Motu Proprio y del decreto de las excomuniones. Sin embargo —y esa es también nuestra posición, posición prácticamente unánime de la Fraternidad—, estamos dispuestos a una confrontación doctrinal con Roma. Estamos dispuestos a ir a dar testimonio de la verdadera Fe allí donde debemos y allí donde realmente se puede resolver esta crisis de la Iglesia, que es en Roma.

Y de hecho, para ilustrar que ésta es nuestra posición real, ahí tienen hace ya años los hechos delante de los ojos —para que vean qué es lo que realmente hacemos—, ya van varias veces que rechazamos acuerdos puramente canónicos y acuerdos puramente prácticos.

En enero, en los días en que se publicó el decreto —que nosotros recibimos antes, naturalmente— se nos ofrecieron dos veces soluciones canónicas absolutamente superiores a las que han aceptado gente como los sacerdotes de Campos o como los del Instituto del Buen Pastor. Es decir, se nos ofrecían soluciones canónicas, prácticamente sin condiciones, y sin embargo las rechazamos. ¿Por qué? Porque eso nos pone en una ambigüedad respecto a la confesión pública de la Fe. Y, en segundo lugar, porque eso nos lanza en la dinámica de un acuerdo puramente práctico que nos pone, en el orden real, bajo sus órdenes y su influencia.

Y el documento —la carta reciente del Papa a todos los obispos católicos, carta realmente interesante y que hay que saber leer, distinguiendo, justamente— viene a confirmar que Roma, por fin, acepta lo que fue siempre nuestra propuesta. Y es que, luego de quitar esos dos obstáculos —que eran la prohibición de la Misa y las censuras canónicas—, podamos comenzar las verdaderas discusiones doctrinales, es decir, sobre el Concilio Vaticano II y las enseñanzas posconciliares. Y eso es lo que Papa propone y lo que el Papa anuncia. Y por eso van a asociar a la Comisión Ecclesia Dei la Congregación de la Doctrina de la Fe. Es decir, por fin reconocen que la cuestión es doctrinal y de Fe, y por fin aceptan discutir y aceptan poner en discusión el Concilio Vaticano II. Eso, en todo caso a nuestros ojos, es un gran paso.

Tampoco, evidentemente, se nos escapa que es una lucha desproporcionada. No ignoramos la desproporción de este combate, que es como el de David y Goliat. Somos muy poca cosa, tenemos muy pocos medios frente a todo lo que representa esta institución y esta maquinaria del Vaticano. Sin embargo —y ciertamente tomaremos las cosas con mucho cuidado y con mucha prudencia—, no crean que vamos a ir de cualquier manera, ni en cualquier condición. Que vayamos a ir no quiere decir que estemos dispuestos a hacerlo de cualquier manera. Lo haremos, en la medida de nuestras posibilidades, con toda la prudencia, vigilancia e incluso desconfianza, sí.

Pero a la vez les recuerdo que fue David el que ganó la batalla, y no Goliat. Y David ganó la batalla porque su causa era la causa de Dios. Y lo que él buscaba no era su propio bien ni su propia gloria, sino la gloria de Dios; y porque fue en nombre de Dios —in nomine Domini— y porque confió en Dios. No veo por qué tendríamos nosotros que caer en actitudes miedosas, pusilánimes o medio histéricas, porque simplemente tenemos que ir a dar razón de nuestra Fe allí donde tenemos que ir y allí donde sabemos que se va a resolver esta crisis. Es precisamente por lo que estamos luchando desde hace cuarenta años, por tener esta posibilidad.

¿Y después? Después ya sabemos de quien es la victoria, ya lo sabemos. “Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8, 31) ¿O acaso tendremos miedo de defender la verdad, de referir a toda la Tradición, todas las enseñanzas de los santos, de los Papas, de los doctores? Debemos tener fortaleza. “Viriliter agite, et confortetur cor vestrum: Obrad varonilmente –dice Dios– y vuestro corazón será robustecido, será confortado” (Sal. 30, 25).

Segundo acontecimiento importante

El otro acontecimiento, que ya saben cuál es y que tuvo como epicentro circunstancial este Seminario de La Reja, requiere también algunas reflexiones y una visión desde lo alto. En cualquier cuerpo moral bien constituido, es evidente que cuando un miembro comete un error o una falta, la obligación de los otros miembros se resume en la caridad. La obligación de sus iguales, de los otros miembros, se resume específicamente en la misericordia. Y aplicado a este caso, tal como lo enseña Santo Tomás, en primer lugar, si se tercia, se trata de la corrección fraterna, que es un acto de misericordia.

Luego, el perdón, el perdón de las faltas, el perdón de las ofensas, y el perdón de las consecuencias de las ofensas o de las faltas.

Y en tercer lugar —ice Santo Tomás—, la tercera obra de misericordia —en ese orden—, es la paciencia: “Soportaos mutuamente” (Ef. 4, 2). Lo que no podemos corregir en el prójimo, lo que él no puede cambiar, las consecuencias desgraciadas que se deben sufrir y que recaen sobre todo el cuerpo, tenemos que sobrellevarlas pacientemente. Y eso es un acto de misericordia.

Pero hay un principio que es superior a éste. Y es que en cualquier cuerpo moral bien constituido, el bien común prima sobre el bien particular. Y a fortiori, sobre el interés particular, que no siempre es el bien particular; y a fortiori sobre las opiniones particulares.

Ahora bien, quien tiene el cuidado del bien común no es cada uno de los miembros, sino la autoridad constituida. La autoridad viene de Dios, no de la base. La autoridad es dada por Dios. Y entonces en todo cuerpo bien constituido, como es por ejemplo la Santa Iglesia, o como lo ha de ser, por ejemplo, la Fraternidad San Pío X, todos debemos preferir el bien común al bien particular; y, en segundo lugar, la autoridad tiene que defender, no solamente preferir y amar más, sino que tiene la obligación de defender —para eso recibió la autoridad— ese bien común sobre el bien particular.

Porque está muy bien criticar el liberalismo y criticar el personalismo, pero si después nosotros tenemos actitudes anárquicas o de francotiradores, pues preferimos nuestra opinión o nuestro bien particular al bien común, estamos cayendo en aquello que criticamos.

La segunda observación o reflexión que quiero hacer es que de todos modos no hay proporción entre el motivo, la causa alegada y el efecto violento que se desató contra todos nosotros: contra Monseñor, contra el Papa, contra la Fraternidad y contra la Iglesia. Lo cual demuestra que, en todo caso, solo fue un motivo o una causa ocasional.

Se dice que el árbol no tiene que taparnos el bosque. Efectivamente, que el árbol —que aquí lo tuvimos muy cerca— no nos tape el bosque. En España dicen que cuando se señala la luna, el tonto se queda mirando el dedo. “Ahí está la luna”, y el tonto mira el dedo. ¿El dedo está? ¡Sí, pero está señalando otra cosa! Y lo que está señalando, en mi opinión, es precisamente el temor que tienen al avance de la Tradición —de la causa de la Tradición y de la verdadera Fe— en el seno de la Iglesia oficial. Y el miedo pánico y la rabia que les da que podamos discutir el Concilio Vaticano II y las doctrinas posconciliares salidas del Concilio Vaticano II, es decir, el modernismo y el liberalismo.

Eso es lo que para ellos es intocable. Y esa sí que es una causa proporcionada al ataque violento, mediático, político, etc., de que fuimos objeto.

Entonces, las cosas claras. No es una mala señal... —claro, hay que sufrirlo— pero no es una mala señal. “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos” —frase que, por cierto, no está en el Quijote, pero es muy a propósito—. Para mí es tal cual. “Ladran, Sancho”, señal de que por primera vez les empezamos a molestar de una manera seria.

Se trata por lo tanto de aquello que es normal en nuestro combate. De aquello que es normal, es decir, la persecución, que puede tener diferentes maneras, a veces sorda, a veces más explícita y violenta. Es lo que Nuestro Señor nos ha anunciado: “Si a Mí me odiaron, a vosotros os odiarán” (Jn 15, 18); “Si a Mí me persiguieron, os perseguirán a vosotros” (Jn 15, 20). Lo mismo dice San Pablo: “Todo aquel que quiera vivir piadosamente en Cristo sufrirá persecución” (2 Tim 3, 12).

Mantener la serenidad en unos momentos cruciales

Entonces, debemos mantenernos serenos. Más bien, es como una confirmación de que no estamos mal encaminados. Es algo que Nuestro Señor nos anunció. Sabemos que a la victoria se llega por la Cruz. Piensen ustedes que harán falta sacrificios, sufrimientos y tal vez martirios para revertir la situación que existe hoy en día en la Iglesia; no entenderlo, es no entender nada del cristianismo.

Entonces, cuando estas persecuciones vienen, guardemos la serenidad, guardemos la fortaleza, la perseverancia, e incluso la alegría. Las Actas de los Apóstoles nos dicen que éstos —los Apóstoles— se alegraban de poder sufrir algo por Cristo, por la Iglesia (Hech. 5, 41). Que yo sepa, Nuestro Señor, en la octava bienaventuranza —que es, según Santo Tomás, la que encierra implícitamente a todas las demás—, nos dice: “Bienaventurados cuando os persigan y cuando digan todo tipo de mal, calumnias y difamaciones, de vosotros a causa de mi nombre: alegraos y exultad, porque grande es vuestra recompensa en el Reino de los cielos” (Mt 5, 10-12). Nos dice “alegraos”; no “entristeceos”.

Y me parece que una aplicación buena de todo lo que hemos pasado, para ustedes, queridos seminaristas, es ésta: es bueno que ahora que tienen tiempo y tranquilidad para prepararse, sepan de qué va esto. Esto les indica, es como una primera advertencia de lo que va a venir. Cuantos más progresos hagamos, más nos van a perseguir. Dicho de otra manera, tienen que saber que el sacerdocio católico hoy día es para valientes... es para valientes… y que no valen las medias tintas. Y que, por lo tanto, tienen que aprovechar estos años preciosos que tienen de formación.

Formación que a mi modo de ver tiene tres pilares. En primer lugar –siguiendo el orden natural de las cosas– la doctrina. La doctrina, la formación en la Fe. Por lo tanto la formación intelectual. Los estudios. En primer lugar el seminario es una casa de estudios, en la que brilla —como explicó el Padre Olmedo el otro día, el 7 de marzo— especialmente la persona y la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Y también podemos contar los otros estudios que se hacen en el Seminario. No se estudia solamente teología o filosofía, sino también espiritualidad, historia, latín y, sobre todo, Sagradas Escrituras. El sacerdote tiene que ser versado en las Sagradas Escrituras, la ciencia propia del sacerdote.

El segundo pilar, es la piedad. La piedad que engloba la liturgia —todos los oficios, todas las ceremonias, especialmente el santo sacrificio de la Misa, pero también, por ejemplo, el canto—, y también la oración personal. En seis años de seminario deberían ser expertos en oración, y tener una oración personal muy firme y muy bien fundada.

Y si el Seminario es casa de estudio y casa de piedad, es —y no en menor medida, y creo que es tal vez lo que olvidamos más; porque es más difícil— como una escuela de perfección, de santificación. En el Seminario tienen que habituarse a practicar las virtudes, es decir, las obras. Y eso es lo que definitivamente les dará solidez, les dará un sacerdocio posteriormente fecundo y perseverante.

Pidamos entonces en este día a la Santísima Virgen que nos dé a todos la gracia de responder a lo que Dios espera en estos momentos cruciales de la Iglesia; que nos dé la gracia de estar a la altura de lo que se nos pide a todos. Y pidamos especialmente por los seminaristas que comienzan un año lectivo más, para que se formen en profundidad, buscando a Dios, amando a Dios, imitando a Nuestro Señor Jesucristo.

La Santísima Virgen fue bienaventurada por ser madre de Dios, fue más bienaventurada por haber creído y fue todavía más bienaventurada por haber practicado la palabra de Dios.

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Fuente: FSSPX Distrito América del Sur

martes, 24 de marzo de 2009

¡Achiquen rápido! ¡achiquen!

Una de cal, otra de arena; dos pasos adelante, uno hacia atrás; el péndulo y las gaitas...viejas fórmulas repetidas que nos hacen cada vez más asentarnos en nuestra percepción de un estado de necesidad. Puede que con precedentes, pero una cosa es la repetición histórica y otra muy distinta es vivirla. Y nosotros la vivimos, la sentimos, la analizamos, le pedimos luces al Espíritu Santo, que es Dios, y no hay duda: el estado de necesidad es tan claro como el hambre que hizo comer a los soldados de David los panes del templo. Sintieron hambre, y eso es algo muy real. Un modernista, o un teólogo de vueltas (como Ratzinger), quizás no coman y mueran de hambre, pero cualquier persona con sentido común comerá.

Yo se lo dije una vez a mi Confesor de mi época conciliar: "Mire, don X, empezamos con las tonterías esas de que el limbo es una opinión teológica medieval, no es dogma y demás, y acabaremos aceptando el aborto porque todos van al cielo". ¡No! imposible --decía él todo convencido-- eso no ocurrirá jamás. Como no ocurrirá que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, como no ocurrirá que se quite el celibato en la Iglesia de rito latino.

Y es que no hace falta ser profeta, simplemente no hay que negar que se tiene hambre. Visionando el otro día la película de Montgomery Clift, que hace un papel sobre un sacerdote, y debe decidir entre la vida de su hermana y la del hijo desta, decisión moral que aceptaba el marido, no había duda: salvar al niño aunque supusiera la muerte de la madre.

Y qué decir desas madres que no se someten a quimio o radioterapia, léase la hija v.g. de Adolfo Suárez, y siguen adelante con su embarazo porque no pueden matar al hijo de sus entrañas por alcanzar ellas la salud del cuerpo. Heroinas de cada día. ¿Que el heroismo no es exigible? ¿Desde cuándo?

¿Es o no es obligación de todo bauitzado, con la gracia de Dios que lo hace posible, ser santo? ¿Es, o no es, ser santo vivir las virtudes en grado heroico? Sí, ya sabemos que ahora los santos lo son en función de lo bien o mal que caigan a la prensa, pero eso nos hace sentir más y más hambre.

El hereje Lombardi es portavoz de la Santa Sede, bueno, más claro el agua. Ya lo decía S.S. Juan Pablo II: "Hay que pedir para que los teólogos encuentren una solución para los niños muertos por causa del aborto". Y ya está, hombre, ya la han encontrado: ¡Todos al Cielo! Como si Dios tuviera una deuda para con el hombre de que éste alcance la visión beatífica. ¡Qué horror!

Así que ahora, una madre embarazada se puede someter, v.g., a quimio y radioterapia aun cuando eso le suponga al feto al muerte...y luego vienen con lacitos blancos, por mí, ya saben donde se los pueden meter todos. (Cuidado, que la imaginación es "la loca de la casa").

sábado, 14 de marzo de 2009

Nuestra Señora de la Confianza


Ora pro nobis.

Nota: La advocación de Nuestra Señora de la Confianza es revelada a la sierva de Dios Clara Isabella Fornari (1697-+ 1744)

viernes, 13 de marzo de 2009

Deo gratias!

Quizá con el título bastara para este artículo, pero en ánimo de la diligencia escribiré unas apuntaciones que me parecen reveladoras.

Domie ut videam! ¡Señor, que vea!, encabezaba no hace mucho uno de mis "post" internautas. ¡Que vea!, pero no con mis ojos concupiscentes, mi intelecto ignorante y mi débil naturaleza, no, eso no, Señor, que vea como Tu ves, que entienda como Tu entiendes, que quiera lo que Tu quieres. Y creo que hoy, en mi oración matinal, he vislumbrado el horizonte.

El levantamiento de las excomuniones ha sido obra directa de Nuestra Señora, Ella ha intercedido como en Caná: "Mira que no tienen vino." Y como en Caná no ha pedido la forma en que el Señor debe proveer, simplemente: "haced lo que Él os diga". Y El Sñor lo ha hecho como Él ha querido, no como nosotros hubiérmaos deseado. Fiat!, pues, Señor.

La Carta de Mons. Fellay, en su brevedad, es todo un plan de actuación, quien sabe si el último plan, no importa, ahora lo importante es que es el plan. Apoyemos ese plan, sigamos ese plan, vivienod de la vida sobrenatural, de la oración, de la penitencia y la reparación, es lo que mejor podemos hacer por nuestros Pastores. Rezar por ellos, sufrir por ellos, reparar por ellos. Situado el debate en lo doctrinal, son los teólogos, los Aquitanenses de la FSSPX los que deben entablar el debate con la curia vaticana, infiel y modernista. Con la carta del Santo Padre Benedicto XVI y con la respuesta de Mons. Fellay, el tema está claro y centrado, influyamos de la mejor manera que podemos hacer: Oración y penitencia, tal como nos dice el Señor Mt (17, 21) para expulsar a esos demonios y al humo de Satanás que se ha infiltrado.

Por otro lado, recemos para que los díscolos, y en especial el P. Basilio Méramo, reencuentre su vocación. El sedevacantismo, siendo una opinión, no debe ni puede ser eneseñado como certeza, por lo tanto, ante los hechos, es mejor rendir la razón del amor propio, que esa es la opinión del P. Méramo, y postrarse humilde a los pies de Santa María. Decir, como en pública carata ha dicho el P. Méramo, que el mortal accidente que sufrieron cuatro seminaristas, de los que tres fallecieron, el día de la Virgen de Lourdes era una señal del ceilo para mostrar el error de los superiores de la FSSPX, aparte de un raciocinio cruel, es una míope interpretación. La spersonas no sólo mueren por castigo, hay muchos que ofrecen sus vidas y Dios las acepta en sacrificio. ¡Cuántas almas ofrecieron morir por salvar! La interpretación de muerte/castigo, en este caso, nos muestra el ruin semblante del sectarismo.

Dicho esto hago mutis por el foro porque tengo que dar muchas gracias a Dios por seguir dándome la existencia en estos días de tribulación en los que, como dijera Pío XI, a nadie se le permite ser mediocre.

Maria, Auxilium Christianorum: Ora pro nobis.

jueves, 12 de marzo de 2009

Lo bueno, si breve...

Comunicado del Superior General de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X


El Papa Benedicto XVI ha enviado una carta a los obispos de la Iglesia Católica, con fecha de 10 de marzo de 2009, en la cual les dio a conocer las intenciones que lo guiaron en el importante paso que constituyó el Decreto del 21 de enero de 2009.


Después del reciente “desencadenamiento de una avalancha de protestas”, agradecemos profundamente al Santo Padre por haber puesto el debate en el nivel en el cual debe desarrollarse, el de la fe. Compartimos plenamente su preocupación prioritaria de la predicación “en nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento”.


La Iglesia atraviesa, en efecto, una gran crisis que sólo podrá ser resuelta con un retorno integral a la pureza de la fe. Con San Atanasio, profesamos que “todo el que quiera salvarse debe mantener, ante todo, la fe católica y el que no la observe íntegra y sin tacha, sin duda alguna perecerá eternamente” (Símbolo Quicumque).


Lejos de querer detener la Tradición en 1962, deseamos considerar el Concilio Vaticano II y el Magisterio post-conciliar a la luz de esta Tradición que san Vicente de Lérins ha definido como “lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos” (Commonitorium), sin ruptura y en un desarrollo perfectamente homogéneo. Así es como podremos contribuir eficazmente a la evangelización pedida por el Salvador (cfr. Mateo 28, 19-20).


La Fraternidad Sacerdotal San Pío X asegura a Benedicto XVI su voluntad de abordar los debates doctrinales reconocidos como “necesarios” en el Decreto del 21 de enero, con el deseo de servir a la Verdad revelada que es la primera caridad que debe ser manifestada a todos los hombres, cristianos o no. La Fraternidad le asegura su oración a fin de que su fe no desfallezca y que pueda confirmar a sus hermanos (cf. Lucas 22,32).


Ponemos estas conversaciones doctrinales bajo la protección de Nuestra Señora de la Confianza, con la seguridad de que ella nos obtendrá la gracia de transmitir fielmente lo que hemos recibido, “tradidi quod et accepi” (1Cor 15, 3).


Menzingen, 12 de marzo de 2009


+ Bernard Fellay


Fuente: DICI


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI


A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA

sobre la remisión de la excomunión

de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre

Queridos Hermanos en el ministerio episcopal

La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.

Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.

A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.

Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: "Tú… confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.

Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor "hasta el extremo" debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que "tiene quejas contra ti" (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?

Ciertamente, desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.

Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.

Con una especial Bendición Apostólica me confirmo

Vuestro en el Señor

Benedictus PP. XVI

Vaticano, 10 de marzo de 2009.


COMENTARIO: hacer un par de puntualizaciones. En realidad las ordenaciones son ilícitas por ser contrarias a la ley de la Iglesia reflejada en el Código de Derecho Canónico, pero son legítimas por estado de necesidad de la Iglesia. En cuanto al resto de Sacramentos administrados por miembros de la FSSPX se aplica el mismo criterio, son ilícitos, pero legítimos. Ante la elección de Sacramento inválido (y éste sí ilegítimo), pero lícito, y otro válido pero ilícito, está claro que hay que elegir siempre lo válido.

Una segunda puntualización. Un Obispo puede ordenar otros Obispos, y hasta Pío XII no hubo necesidad de contrar con la aprobación expresa del Papa para las ordenaciones, fue ante el peligro cismático y herético de la iglesia patriótica china que el Papa impone la medida disciplinar, pero así como todo acto cismático es una desobediencia al Papa, no toda desobediencia al Papa, y en particular en estado de necesidad, es un acto cismático.

Dejando eso claro, veo que el Santo Padre lejos de aclarar intenta corregir la marejada con marejadas, es una carta pendular, de empate, de modernismo versus tradicionalismo como posiciones legítimas pero que peligran de llegar al fanatismo frente a la mirada perpleja de la mayoría que son los moderados. En mí opinión es un jarro más de agua tibia.

Para terminar, que el Santo Padre invoque al Dios de la Biblia, y no al Cristo y Su Iglesia católica que lo enseña y predica, para decir eso, mejor haber callado.

domingo, 8 de marzo de 2009

No vaya, Santo Padre, no vaya.


No vaya a Tierra Santa, Santo Padre, no vaya. No vaya a humillar a Pedro en la sinagoga de los judíos. No vaya a ultrajar a la Iglesia Católica Romana a los pies de los museos de los gentiles. No vaya a despreciar la Sangre de Nuestro Divino Redentor en los muros de la Jerualén devastada. Todas esas vejaciones, por medio de Su Santidad, nos están preparadas.

Él es el Cristo, el que no fue recibido por los suyos, el Cordero Inmolado por los pecados del mundo, el Mesías y Salvador.

No vaya, Santo Padre, no vaya. No vaya porque los que le quieren llevar con malas artes sólo lo hacen con la intención de la postración final de la Iglesia. Es aquí, en Roma, donde sus ovejas sufren y donde serán atormentadas y escandalizadas si Su Santidad huye a Tierra Santa en eso que los enemigos de la Iglesia han declarado "Viaje a Tierra Santa".

Rezaré para que, como a Pedro, pueda elevar esta oración:

QVO VADIS DOMINE?

martes, 3 de marzo de 2009

Del fascismo y otras cosas


Si decido hablar de este tema es por su componente teológica, para nada sobre la opinión de las cosas mudables que es campo de la política, ciencia y noble arte cuando se hace al modo católico y al estilo de lo que fuera la Cristiandad.

Un católico no puede ser nacional-socialista, pero no porque lo digan los sentimientos nacidos a la luz de Hollywood y los mass-media, ni siquiera por los libros de historia, ya que sabemos que la historia es casi siempre una narración épica de los vencedores y que la Verdad hay que buscarla y es costoso su hallazgo; no, un católico no puede ser nacional-socialista porque esa ideología tiene el riesgo próximo (sin llegar a ser intrínsecamente perverso) y remoto de conducir al neopaganismo. Y así queda expuesto magisterialmente en la Encíclica Mit Berenger Sorge de Pío XI.

Ahora bien, cuando por analogía mass-media decimos fascismo cuando queremos decir nacional-socialismo, y lo metemos en la saca de lo que un católico no puede adherirse, ¿estamos haciendo bien? Cierto que Pío XI en Non abbiamo bisogno habla del fascismo, pero es contraposición a la Acción Católica, bajo un prisma que hoy y a la deriva de la Acción Católica hemos de entender de la misma guisa que la condena a la Action Française, una cuestión de praxis política en la que no está en juego la infalibilidad papal, y es más, a la que tan mal se han acercado los Pontífices reinantes como León XIII (caso carlista en España) y Pío XI. Pontífices que por otra parte eran excelentes Maestros de doctrina teológica. Y Mit Berenger Sorge es doctrina, y Non abbiamo Bisogno es praxis. No generalicemos, desde la teología, y demonicemos el Fascismo, porque no es correcto.