¿Quién no ha escuchado alguna vez algo parecido a esto?:
"A petición de los fieles, celebré una vez la Misa según el rito extraordinario y, la verdad, no me llenó en absoluto. Respeto a quien le guste y se sienta más a gustó en él, ...etc".
Tiene guasa la cosa. O sea que la liturgia, el culto público a la Santísima Trinidad, está para llenar a los hombres y no para agradar a Dios. Se confunde una práctica de piedad personal, como pueda ser la oración particular, con la adoración pública. Pero en esa ignorancia hay escondida una tremenda maldad, y es que la forma de piedad por antonomasia que es la Santa Misa, se convierte en algo así como un impreso funcionarial al guiso de las administraciones estatales. Tremenda perversidad.
Cuando uno participa en un acto humanamente lleno de belleza no necesita entender que sé dice, uno sin entenderlo lo asimila de mente y de corazón. Como Las Bodas de Figaro o la Boheme. ¡Cuánto más! cuando a la belleza humana se le une la sublimidad del misterio Trinitario y el sacrificio, esta vez incruentamente, renovado del Calvario.
La Santa Misa no tiene como fin agradar a los hombres, ni siquiera hacerlos sentir acercarse más o menos a Dios; eso puede ser una condición sine qua non para una ciencia con método y juicio racional, no para la teología que, sin contradecir la razón, su luz es la fe. Y eso es precisamente lo que se ataca maliciosamente con esos estúpidos comentarios, la fe.
La Misa tridentina nunca ha sido abrogada, lo ha ratificado el Papa felizmente reinante Benedicto XVI, pero ha sido perseguida, prohibida, calumniada e injuriada. Si el Motu Proprio hubiera llegado a tiempo, es decir, 30 años antes, no se hubieran destruido, por lo menos a nivel oficial, los sillares de la liturgia, del dogma y de la fe, a cuya desmantelación asistimos todavía perplejos.
martes, 11 de noviembre de 2008
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