lunes, 22 de junio de 2009

Falsa renovación

Lo dijimos, y así, desgraciadamente ha sido. La llamada renovación de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús ha sido una farsa, un acto impío por el que habrá que reparar. Porque no hay mayor impiedad que la mentira y el engaño. Moldear el querer de Dios al juicio de los hombres es llevar otra vez a Jesús al Sanedrín para acusarle.

Desde la fórmula de consagración, que omito porque está al acceso de todos, hasta la prohibición de llevar banderas españolas con el Sagrado Corazón como escudo por parte de los organizadores, no admite otro calificativo que cafrada monumental.

Y son los actos los que hay que juzgar, no las intenciones, éstas si buenas o malas sólo es competencia de Dios, por lo que no las menciono. Ante este bochornosos y escandaloso espectáculo no me queda que decir con María en Fátima:

"Que no ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está bastante ofendido".

domingo, 14 de junio de 2009

Renovación

Renovar, mutatis mutandi, no es reformar. Y me explico. La primera Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús fue en sí misma una renovación. ¿Renovaciòn de qué? La renovación de ese día de gloria en el Cerro de los Ángeles, fue la renovación de la transfiguración del Tabor. Transfiguración en pleno deicidio de sociedades y de naciones, de individuos y de gobernantes, fue más bien la respuesta divina, en un gesto sublime de omnipotencia y de soberanía, al ultraje oficial que lo clavaba en el Calvario. Omitir, por hoy, esa respuesta, o en su silencio, o en su débil o ambigua forma es otra vez volver a clavar a Cristo en el Calvario.

Hay que dejar claro que la Renovación de la consagración es la proclamación solemne, ante los modernos Sanedrines, de su divina Realeza, de su Derecho inalienable y que jamás prescribe, derecho absoluto a reinar sobre las sociedades redimidas, herencia de su sangre. Y, además, con esta tan espléndida cuanto bellísima ostentación de pujanza y de gloria en plena Vía Dolorosa, debe alentar a los tímidos, debe reaviviar la fe de muchos de sus amigos, desanimados como los discípulos de Emaús. ¡Son tantos los buenos, pero pobres de fe, y más pobres aún de amor y de confianza, que han desmayado en la lucha ante la insolencia aparentemente victoriosa de la impiedad y el silencio --diempre fecundo-- del Señor, que parece dormitar en la barca del Sagrario, pero cuyo Corazón vela amorosamente. Por eso, y así, la Renovación debe ser el triunfo espléndido del Señor y Rey en el Tabor que ha elegido Él mismo en tierra española.

Gloria nuestra, españoles: ¡oh!, paguémosle con amor, no con rebajes de su Realeza. Y si, efectivamente, la ausencia de las autoridades debe afianzarnos en la absoluta ilegitimidad de éstas, que no estén es un aviso del Señor no un acto de indiferencia de los que detentan el poder. La Iglesia no consagra, sino que es testigo santo así de las glorias como de las divinas ignominias, y por eso no podrá faltar en el Tabor. ¿Pero quién ofrecerá España a la Renovación? Ante el estado de necesidad, los corazones de los españoles, y como si de Fátima nos llegara la luz, entendemos que la Iglesia suple a las autoridades civiles ilegítimas. Por eso no podrá faltar en este nuevo Tabor, como no faltará tampoco en el Calvario; y tomará consigo la falange de los fieles y esforzados, el grupo de los amigos, la vanguardia decidida de los apóstoles, de su amor.

No es de extrañar que la tradición (Maldonado) otorgue la nacionalidad española al Centurión que confesó en el Calvario: "En verdad este era el hijo de Dios". España, ¡qué grande te presentas ante las demás naciones, transfigurada tú también en la Transfiguración de Jesús, en recompensa merecida de haber brindado un Tabor al Dios del Calvario!

Ahora bien, reformar todo esto y convertirlo en ceremonia herética con ritos blasfemos judaizantes y discursos de negar a Cristo su dominio absoluto e irrenunciable en las leyes a través de la multisecular enseñanza de la Iglesia, más que bien nos traerá un diluvio de improperios y de maldiciones que, no lo quiera Dios, más valiera para eso no hacer nada.

domingo, 7 de junio de 2009

El desmadre consumado

Me decía un compañero el otro día tras asistir a una boda de unos familiares putativos, curiosamente el sentido literal y el lato hacían conjunción (no planetaria), en Mallorca que toda la ceremonia fue en mallorquín, y que por supuesto, no se enteraron de nada. ¿Cómo no meditar estas palabras escritas en el siglo XIX?:

"Aunque jamás ha dicho la Iglesia que se debía celebrar el servicio divino en una lengua ininteligible al pueblo, tampoco ha creído conveniente que se celebrasen los oficios en lengua vulgar, ni que sufriesen todas las visicitudes de esta. Las asambleas cristianas han observado generalmente y con el mayor cuidado que no debía sujetarse el idioma de los santos misterios a las alteraciones del lenguaje común a causa del grave inconveniente de los errores que podrían deslizarse con motivo de estas alteraciones en la oración pública, donde están consignados las mayor parte de nuestros dogmas. Desde los tiempos apostólicos se celebró en siriaco, idioma que se hablaba entonces en Jerusalén; en griego y en latín, que eran los idiomas más divulgados en esta época, pero se conservaron estas tres lenguas litúrgicas cuando cesaron de estar en uso: la Iglesia de Oriente se sirve aún del griego clásico, tal como lo hablaban San Lucas y San Juan Crisóstomo. La Iglesia de Occidente adoptó el latín, que era el lenguaje más usual y el más extendido. Si se sirviese de las lenguas vivas para el sacrificio, ¿quién no comprende que sería necesario multiplicar los libros sagrados, no solamente para cada pueblo, sino para cada idioma de cada nación, para todos los dialectos de cada país; que sería necesario cambiar las palabras conforme se anticuasen o se hicieran ridículas e inconvenientes; que la expresión de la doctrina se alteraría infaliblemente en todas esas correccciones; que aun en esta hipótesis los fieles que marchasen de una provincia a otra caerían en el inconveniente de no entender nada, y que si se empleasen las lenguas modernas sin someterlas a sus alteraciones y a los peligros a ellas consiguientes, volvería a aparecer con el tiempo la dificultad que se pretende destruir, pues el lenguaje patrio llegaría a ser tan ininteligible como el latín, como sucede con el castellano antiguo?"

No sé como algunas de las consecuencias del CVII todavía algunos cretinos, y blasfemos, les llaman soplos del Espíritu Santo cuando no son más que auténticas soplapolleces.

lunes, 1 de junio de 2009

La fe



La fe es el don más precioso de las virtudes teologales. Es, del árbol de la vida nueva, las raíces y el tronco. La esperanza son las ramas y la caridad son sus frutos. El árbol al que se le arrancan los frutos y se le podan sus ramas, pero mantiene vivo el tronco, siempre puede volver a reverdecer; en cambio, al árbol que se le seca el tronco muere.

Cuando entre la verdad de la doctrina que es la Fe objetiva, y la autoridad que debe servirla se entra en conflicto, es claro que hay que seguir siempre a la verdad. A este respecto Mons. Williamson nos dice que existe el riesgo de perder, por abuso de la autoridad de sus funciones, el sentido de la catolicidad. Bien, pero no perdamos de vista que nuestro Señor maldijo a la higuera que no daba frutos cuando Él lo pedía, a pesar de no ser tiempo de que los diera. Por lo menos, nunca perdamos la intención de permanecer fieles al sentido católico. Pidamos, pues, por la rectitud de intención, baluarte de la caridad.