El P. Basilio Méramo, ex miembro de la FSSPX y sin incardinación actual, que nosotros sepamos, por lo que sólo en caso de necesidad puede ejercer su ministerio sacerdotal, tiene razón en una cosa importantísima: el llamado Concilio Vaticano II, por definición, no puede ser más que un falso Concilio. Falsos concilios ha habido en la historia de la Iglesia, el de Pistoya sin ir más lejos, pero con la salvedad que mientras aquel no fue presidido por la autoridad papal, el llamado Vaticano II sí lo fue. La Iglesia, como acertadamente recuerda Mons. Fellay –actual superior general de la FSSPX--, es una institución divina y sobretodo, por tanto, sobrenatural. En lo sobrenatural es donde anida el Misterio, sólo cognoscible por la Fe, pero ininteligible para la razón. Así, pues, el cómo puede haberse dado que un Papa haya presidido un falso Concilio Ecuménico entra en las claves del Misterio, pero que se ha dado la falsedad es tan real como la vida misma. No, no se puede apelar a la autenticidad magisterial de algo que es un engaño, una falsedad, y el Vaticano II (reunión de pastores, oveja muerta) es, por definición, falso y no puede considerarse, ni en todo ni en parte (toda falsedad total, totum sed no totaliter, se compone de pequeñas partículas verdaderas, como el mal absoluto no existe, tampoco el error absoluto) como Magisterio de la Iglesia. Aquí también el P. Méramo no deja puntada sin hilo, todo Magisterio es auténtico, el calificativo auténtico no es más que un epíteto que tiende a la confusión.
Recordemos que es definición dogmática que todo Concilio Ecuménico (universal) convocado, presidio y clausurado por el Papa es dogmático. Y no hay más cera que la arde. Cuando Paulo VI dijo, en el discurso de clausura del falso Concilio Vaticano II, aquello que “la Iglesia no ha querido comprometer su infalibilidad en el Concilio”, estaba él mismo y bajo su autoridad negando la mayor. Si la Iglesia no ha querido comprometer lo que por naturaleza le compromete es que, una de dos, o bien la naturaleza divina de la Iglesia es mentira, o bien, por misterio inescrutable a los ojos de los hombres, los hombres de Iglesia han mentido. Para un católico no ha lugar la duda: Los hombres de Iglesia han mentido, porque aun siendo la Iglesia divina se compone de hombres dañados en su naturaleza, con lo que es normal y nadie se debería escandalizar, salvo las mentes clericalistas, que los hombres de Iglesia mientan. Es normal, pero no es moral y no deben hacerlo, pero ahí topamos con el gran don y misterio de la libertad y del libre albedrío. Y que lo hayan hecho, el mentir, no quita ni un ápice su condición de hombres de Iglesia, salvo la declaración de herejía que alcanzando al Papa materialiter no lo hace formaliter, ni su gran irresponsabilidad en el hecho que Dios juzgará y, algún día, dará a entender, si es su voluntad, el porqué.
Y dicho lo anterior, pasemos al siguiente punto. Dice el P. Méramo, en una crítica un tanto mordaz –como desprovista de razón, si bien armada de corazón-- a Mons Williamson, que la Misa según el rito del Novus Ordo es falsa en sí misma porque un Sacramento produce la gracia que significa, y como, aquí el P. Méramo lleno de razón y de Espíritu Santo, el Novus Ordo en el mejor de los casos es ambiguo, es imposible que una ambigüedad que no significa pueda producir lo significado. Toda la razón, pero no hay que olvidar que el Sacramento se produce en el acto de la consagración, es decir, al pronunciar el ministro las palabras sobre el pan y el vino y con la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Y nadie ha demostrado todavía que las palabras de la consagración, la forma, en el Novus Ordo sean inválidas, y no lo ha demostrado nadie porque son válidas. Por lo tanto, Mons. Williamson es esclarecedor en este punto, sólo la intención nos puede persuadir de la validez o invalidez del Sacramento, grosso modo, porque damos por supuesto que estamos en una de esas misas Novus Ordo que se denominan “dignas”, es decir, se cumplen las rúbricas celosamente, rara avis pero haberlas haylas. Así, el Sacramento no deja de significar la gracia que produce, cosa bien distinta es el Ofertorio de las especies consagradas, aquí es bien cierto que no se produce lo significado, pero también es cierto que el Ofertorio no es el Sacramento, es el Sacrificio y el culto público de la Iglesia, que es la Santa Misa y no el Sacramento de la Eucaristía aunque ambos, como explicamos en su día, se produzcan en un mismo espacio y tiempo. Y, por supuesto, si bien la Eucaristía produce sus frutos lo hace incompletamente e individualmente, porque la forma ambigua del Sacrificio no puede producir lo que no pide que produzca. Es, además, un peligro para la Fe el Novus Ordo por esa contaminación de lo verdadero y lo falso, mucho más peligrosa que lo falso, ya se sabe que no hay peor mentira que una verdad a medias. Uno no puede poner en peligro la fe, que es un don de Dios, asistiendo a rituales donde la Fe es bastardeada, pero como bien dice Mons. Williamson, no hay que juzgar a aquellos que no ven lo que revienta los ojos, y como ha hecho Mons. Fellay, hay que acercarse a ellos para llevarles la luz. Todo lo demás, los espacios confinados por miedo al contagio, aparte de anticristianos por endogámicos, faltos de caridad y sectarios, es algo inhumano. Algo que deberían saber muy bien los fieles y miembros de la FSSPX, su rechazo del pueblo cristiano no es por su “excomunión”, es por ese oficio tan propio del celo amargo de excomulgadores que tan bien, por desgracia, saben practicar.
viernes, 19 de febrero de 2010
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1 comentario:
Me agrado leer este post. Bastante preciso en el mar de ambigüedad que es la iglesia practica de hoy y de las actitudes poco reflexivas del problema.
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