jueves, 19 de agosto de 2010

En la muerte de Carlos Hugo de Borbón Parma



Una profunda pena nos invade. Ha muerto Carlos Hugo. No es la pena por el cariño hacia quien deja este valle de lágrimas, es la pena de la caridad, la de ver que el instrumento de la Providencia fue duro de cerviz e impetinente hasta sus últimos días, no sólo privando de guía a su pueblo, sino traicionándolo. Que Dios le perdone.

Otras incógnitas se abren ahora. Pero bueno es repasar sobre tradiciones y legitimidades. La legitimidad histórica de la dinastía Borbón desaparece con la abdicación de Carlos IV y de Fernando VII al Trono de España. Si bien se dice que el Carlismo no es sólo dinástico, no es menos cierto que en las épocas en que la Monarquía, como persona e institución, ha estado exiliada de España, los seguidores de la Causa Legítima no sólo no hicieron valer sus derechos en el suelo patrio, sino que pactaban con la "otra rama" la manera de volver.

Pero si todo esto no basta. Cuando nuestro católico rey Fernando de Aragón se enteró, por una carta del Arzobispo Carrillo, de la coronación de su mujer, se indignó porque la espada de justicia, virtud social, había sido llevada delante de la reina. No era costumbre en Aragón ni en Castilla llevar la espada delante de las reinas. En Aragón, además, estaba en vigencia la ley sálica (ya se ve que no es tan antitradicional y borbónica esta ley como pretenden algunos) que excluía del trono a las mujeres. Fernando pensó, evidentemente, a pesar de los términos de su convención matrimonial con Isabel, que él era el verdadero rey de Castilla después de la muerte de Enrique y se enteró con desagradable sorpresa de que la gentil dama con quien se había casado intentaba tomar las riendas del gobierno. Las murmuraciones, discusiones e intrigas de los nobles tornaron la situación más difícil, y cuando Fernando llegó a Segovia, la corte estaba dividida en dos bandos que disputaban duramente sobre los méritos del marido y la mujer.

La reconciliación, no obstante, fue posible gracias a los esfuerzos de Pedro González de Mendoza, Cardenal de España, que representó a la reina, y el arzobispo Carrillo, que lo hizo por el rey Fernando. Pero fue Isabel misma quien, con su tacto y dignidad, colocó a su marido en una posición tan decorosa, que no tuvo más remedio que aceptarla. Como dice su secretario Pulgar, ella le habló en estos términos que no sólo sirven de reconciliación, sino de Norma Tradicional a seguir:

"Señor, no fuera necesario mover esta materia: porque do hay la conformidad que por la gracia de Dios entre vos e mí es, ninguna diferencia puede haber. Lo cual, como quier que de Castilla, e se ha de facer en ella lo que mandáredes; y en estos reinos, placiendo a la voluntad de Dios, después de nuestros días, a vuestros hijos e míos han de quedar. Pero pues plogo a estos caballeros que esta plática se oviese, bien es que la duda que en esto había se aclarase, según el derecho destos nuestros reinos dispone. Esto, señor, digo, porque, como vedes, a Dios no ha placido fasta aquí darnos otro heredero sino a la princesa doña Isabel nuestra fija; e podría acaecer que después de nuestros días viniese alguno que por ser varón descendiente de la casa real de Castilla, alegase pertenecerle estos reinos, aunque fuese por línea transversal, e no a vuestra fija la princesa, por ser mujer, en caso que es heredera dellos por derecha línea: de lo que vedes bien, señor, cuán gran inconveniente se seguiría a nuestros descendientes. E acerca de la gobernación destos reinos, debemos considerar que, placiendo a la voluntad de Dios, la princesa nuestra fija ha de casar con príncipe extranjero, el cual apropiaría para sí la gobernación destos reinos, e querría apoderar fortalezas e patrimonios reales otras gentes de su nación que no son castellanas, do se podría seguir que el reino viniese en poder de generación extraña; lo que sería en gran cargo de nuestras conciencias, y en deservicio de Dios, e perdición grande de nuestros sucesores e de nuestros súbditos e naturales, y es bien que esta declaración se haya fecho por excusar los inconvenientes que podrían acaecer."

Y sigue Pulgar: "Oídas las razones de la reina, porque conoció el rey ser verdaderas, plógole mucho, e dende en adelante él y ella mandaron que no se fabalse más en esta materia".

Ni más hay que hablar. Que esta condenada la estirpe extranjera para el gobierno de la Nación, no por espíritu jacobino, sino por los mismos autores de la reconstrucción y reconquista de España, nuetros señores y católicos reyes Isabel y Fernando. Sean bienvenidos esos principios antiliberales, pero no ha lugar para más pleitos dinásticos de gente extranjera. España debe recomponer su nobleza, desde la raíz de su pueblo, y buscar entre las ramas floridas de los méritos una nueva Casa de España.

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