Renovar, mutatis mutandi, no es reformar. Y me explico. La primera Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús fue en sí misma una renovación. ¿Renovaciòn de qué? La renovación de ese día de gloria en el Cerro de los Ángeles, fue la renovación de la transfiguración del Tabor. Transfiguración en pleno deicidio de sociedades y de naciones, de individuos y de gobernantes, fue más bien la respuesta divina, en un gesto sublime de omnipotencia y de soberanía, al ultraje oficial que lo clavaba en el Calvario. Omitir, por hoy, esa respuesta, o en su silencio, o en su débil o ambigua forma es otra vez volver a clavar a Cristo en el Calvario.
Hay que dejar claro que la Renovación de la consagración es la proclamación solemne, ante los modernos Sanedrines, de su divina Realeza, de su Derecho inalienable y que jamás prescribe, derecho absoluto a reinar sobre las sociedades redimidas, herencia de su sangre. Y, además, con esta tan espléndida cuanto bellísima ostentación de pujanza y de gloria en plena Vía Dolorosa, debe alentar a los tímidos, debe reaviviar la fe de muchos de sus amigos, desanimados como los discípulos de Emaús. ¡Son tantos los buenos, pero pobres de fe, y más pobres aún de amor y de confianza, que han desmayado en la lucha ante la insolencia aparentemente victoriosa de la impiedad y el silencio --diempre fecundo-- del Señor, que parece dormitar en la barca del Sagrario, pero cuyo Corazón vela amorosamente. Por eso, y así, la Renovación debe ser el triunfo espléndido del Señor y Rey en el Tabor que ha elegido Él mismo en tierra española.
Gloria nuestra, españoles: ¡oh!, paguémosle con amor, no con rebajes de su Realeza. Y si, efectivamente, la ausencia de las autoridades debe afianzarnos en la absoluta ilegitimidad de éstas, que no estén es un aviso del Señor no un acto de indiferencia de los que detentan el poder. La Iglesia no consagra, sino que es testigo santo así de las glorias como de las divinas ignominias, y por eso no podrá faltar en el Tabor. ¿Pero quién ofrecerá España a la Renovación? Ante el estado de necesidad, los corazones de los españoles, y como si de Fátima nos llegara la luz, entendemos que la Iglesia suple a las autoridades civiles ilegítimas. Por eso no podrá faltar en este nuevo Tabor, como no faltará tampoco en el Calvario; y tomará consigo la falange de los fieles y esforzados, el grupo de los amigos, la vanguardia decidida de los apóstoles, de su amor.
No es de extrañar que la tradición (Maldonado) otorgue la nacionalidad española al Centurión que confesó en el Calvario: "En verdad este era el hijo de Dios". España, ¡qué grande te presentas ante las demás naciones, transfigurada tú también en la Transfiguración de Jesús, en recompensa merecida de haber brindado un Tabor al Dios del Calvario!
Ahora bien, reformar todo esto y convertirlo en ceremonia herética con ritos blasfemos judaizantes y discursos de negar a Cristo su dominio absoluto e irrenunciable en las leyes a través de la multisecular enseñanza de la Iglesia, más que bien nos traerá un diluvio de improperios y de maldiciones que, no lo quiera Dios, más valiera para eso no hacer nada.
domingo, 14 de junio de 2009
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