Nadie ama lo que no conoce, y a Dios lo conocemos por la fe, y siendo de entre todas las virtudes teologales la más importante la caridad, sin la fe sólo podemos inscribir en los frontispicios de nuestras almas: "Al Dios desconocido".
Y, como recuerda el Catecismo Romano:
II. ¿Por qué medio se alcanza, el don maravilloso de la fe.
2. Mas como la fe proviene del oír, es manifiesto cuán necesaria ha sido siempre para conseguir la eterna salud, la solicitud y ministerio fiel del maestro legítimo. Porque escrito está: ―¿Cómo oirán, si no se les predica? ¿Ni cómo predicarán, si no son enviados?”. Por eso el clementísimo y benignísimo Dios nunca, desde el principio del mundo, desamparó a los suyos, antes bien, muchas veces y de varios modos habló a los Padres por los Profetas, y según la condición de los tiempos les mostró el camino seguro y recto para la eterna felicidad.
Asimismo, hay que recordar que:
IV. ¿Cómo deben recibirse las palabras de los Pastores de la Iglesia?
4. Y para que nadie reciba de los ministros de la Iglesia la palabra revelada por Dios, como si fuese palabra de hombres, sino como palabra de Cristo, supuesto que lo es en verdad, estableció nuestro mismo Salvador que se diese tanta autoridad a su magisterio, que dijo: ―El que os oye, me oye, y el que os desprecia, me desprecia. Y esto sin duda quiso se entendiese, no sólo de aquellos con quienes hablaba entonces, sino también de todos los que después por sucesión legítima habían de ejercer el ministerio de la enseñanza, a todos los cuales prometió que estaría siempre con ellos hasta el fin del mundo.
Y cómo que Dios no puede ni engañarse ni engañarnos y permanece siempre en estado imperturbable su palabra, se colige fácilmente que el Magisterio Pontificio no puede entrar en contradicción. Por poner un ejemplo: al despreciar las Encíclicas de los Papas que se enfrenatron al mundo liberal, no se desprecia un tiempo y personas, se desprecia la Palabra de Dios, se atenta contra la fe.
El Beato Pío IX, en su Encíclica Quanta Cura, nos exhorta así:
"Pues sabéis muy bien, Venerables Hermanos, se hallan no pocos que aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio que llaman del naturalismo, se atreven a enseñar «que el mejor orden de la sociedad pública, y el progreso civil exigen absolutamente, que la sociedad humana se constituya y gobierne sin relación alguna a la Religión, como si ella no existiesen o al menos sin hacer alguna diferencia entre la Religión verdadera y las falsas.» Y contra la doctrina de las sagradas letras, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan afirmar: «que es la mejor la condición de aquella sociedad en que no se le reconoce al Imperante o Soberano derecho ni obligación de reprimir con penas a los infractores de la Religión católica, sino en cuanto lo pida la paz pública.» Con cuya idea totalmente falsa del gobierno social, no temen fomentar aquella errónea opinión sumamente funesta a la Iglesia católica y a la salud de las almas llamada delirio por Nuestro Predecesor Gregorio XVI de gloriosa memoria (en la misma Encíclica Mirari), a saber: «que la libertad de conciencia y cultos es un derecho propio de todo hombre, derecho que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida; y que los ciudadanos tienen derecho a la libertad omnímoda de manifestar y declarar públicamente y sin rebozo sus conceptos, sean cuales fueren, ya de palabra o por impresos, o de otro modo, sin trabas ningunas por parte de la autoridad eclesiástica o civil.» Pero cuando esto afirman temerariamente, no piensan ni consideran que predican la libertad de la perdición (San Agustín, Epístola 105 al. 166), y que «si se deja a la humana persuasión entera libertad de disputar, nunca faltará quien se oponga a la verdad, y ponga su confianza en la locuacidad de la humana sabiduría, debiendo por el contrario conocer por la misma doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, cuan obligada está a evitar esta dañosísima vanidad la fe y la sabiduría cristiana» (San León, Epístola 164 al. 133, parte 2, edición Vall). "
Por lo tanto, no hagamos de menos en estas santas palabras que algunos quieren dejar petrificadas en el jucio histórico y la política mundana; no. Claramente el Beato Pío IX habla de la salvación de las almas, y aunque de palabra nieguen todos los retractores actuales el naturalismo, el racionalismo y el indiferentismo, con sus hechos probados se hacen portavoces de los errores que en vocablo particular reprueban.
martes, 12 de agosto de 2008
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