viernes, 1 de agosto de 2008

Yo también escuché a San Josemaría


Para reflexionar en este tiempo de verano os dejo estas líneas. Hasta Septiembre, si Dios quiere.

Muchos siguen sin entender que la vocación «ésta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Tes 4,3) dejó de animar el Cuerpo Místico y lo sumió en una parálisis generalizada. En esta esclerosis preconciliar coinciden tanto los testimonios de Monseñor Lefebvre como los del Cardenal Ottaviani y todos aquellos que pensaban serían capaces de contener con las riendas de la Tradición el desboque preconciliar. Fueron sorprendidos y derrotados por los agentes de la Revolución. Está claro que el Concilio Vaticano II no podía condenar el comunismo. El comunismo ya estaba condenado, la renovación de la condena hubiera supuesto la declaración dogmática y no pastoral del Concilio, hoy vemos que Dios escribe recto con renglones torcidos. Esa deficiencia es en realidad un alivio. La esclerosis de la Iglesia tenía tres focos: el jansenismo, el puritanismo y el americanismo; todo ello unido a un fuerte clericalismo y a un abuso de autoridad sin precedentes que vemos se reproduce, por desgracia, en los institutos de Ecclesia Dei. Esa no es la Tradición.

Las órdenes terceras, con la crisis de las órdenes religiosas, eran un estancamiento más de esas aguas podridas en las que se envenenaba la fe. ¡Y todo esto en el primer tercio del siglo XX! Que quede claro para tanto "tradicionalista" de bonete. El Opus Dei supuso en la vida de la Iglesia el corte de las ataduras, mostró el designio grandioso del Creador del universo para cumplirse plenamente en Cristo, en la Iglesia, en los laicos cristianos en el matrimonio y el trabajo «Creó Dios al hombre a imagen suya, y los creó varón y mujer; y los bendijo Dios, diciéndoles: «procread y multiplicáos y henchid la tierra [familia]; sometedla y dominad [trabajo] sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre los ganados y todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra»» (Gén 1,27-28).

Y el "omnia instaurare in Christo" de S.S. San Pío X fue explicado, esta vez sin ambigüedades, en la Apostolicam Actuositatem del Concilio Vaticano II en el orden temporal para los laicos: «es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de instaurar rectamente el orden de los bienes temporales, ordenándolos hacia Dios por Jesucristo. Corresponde a los pastores manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales. Pero es preciso que los laicos asuman como obligación suya propia la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, actúen directamente y en forma concreta» (Vat.II, AA 7de). Lo que Cristo Salvador hizo con el matrimonio, diferenciándolo de sus lamentables versiones mundanas, restaurándolo en su verdad primera, elevándolo por un sacramento, y haciendo de él una fuente continua de santificación para los esposos y padres, eso es lo que quiere hacer con todas las demás realidades temporales: el trabajo y la vida social, la escuela, la economía y la política, la filosofía y el arte. Cristo Rey.

Pero el CVII, lejos de ser la activación del Cuerpo Místico, fue la derrota del cuerpo y del alma. Destrucción de la liturgia; indiferencia ante clérigos y religiosos; secularización de todos los órdenes, complacendia mundana y espíritu mundano. Muchos dicen que San Josemaría fue precursor del CVII, y quizás es verdad, pero no en el sentido que se le da hoy, ecuménico y secular, sino de renovación santifical. Han hecho de él una trite caricatura de lo que fue. Todo para congraciarse, para no parecer raros, para vivir la vida oculta, en fin, para traicionar.

Los que escuchamos de viva voz a San Josemaría podemos decir que:

- Soy de los que oí a Escribá calificar de impiedad la Misa de Pablo VI y decir que si no fuera porque de él dependían muchos sacerdotes y cambiar de rito en masa sería un escándalo, se hubiera pasado al rito oriental en el que se mantenía el esplendor de la liturgia.

- Soy de los que vi “el don de lágrimas que Dios ha concedido a nuestro Padre. Cada vez que sube al altar llora y llora porque la Misa nueva le causa un mucho dolor. Llora tanto que se le irritaron los ojos y le llevamos al oftalmólogo…..”. (El permiso para celebrar la misa anterior lo obtuvo de monseñor Bugnini a través de del Portillo que lo pidió en una conversación informal, como quien no quiere la cosa, en un pasillo del Vaticano. Pedir de ese modo una dispensa lo ponían como ejemplo de la “santa pillería” de del Portillo, al que debíamos imitar si a nosotros nos tocaba tratar con eclesiásticos. De Bugnini siempre se habló muy mal entre los directores del opus antes y después de ese suceso).

- Soy de los que leía la carta Fortes in Fide (1973), comentario de San Josemaría al Conmonitorium de San Vicente de Lérins, una larga arenga para mantener la “pureza de doctrina”, ese texto ahora se esconde al igual que otros documentos y cartas, “porque la gente de nuestro tiempo no los entendería bien por el lenguaje fuerte de nuestro Padre”. En el Opus ciertos documentos desaparecen; así escriben y re-escriben la historia. Por ejemplo, en estos meses, digitalización mediante, están rehaciendo las películas “de nuestro Padre”. Me atrevo a decir que dentro de unos años nadie sabrá qué es lo que realmente pasó y lo que fue corregido ad casum (lo falso) en la historia de la institución, y tampoco sabrán en qué consiste “el espíritu” del Opus. Esa corrupción provocará su derrumbe.


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