Si el papa actual, S.S. Benedicto XVI, pone como lema de pontificado la "hermenéutica de la continuidad" es porque, efectivamente, ha habido, y hay, una tendencia a la ruptura y esa ruptura es un peligro grave para la salud de las almas, tan grave, que es la piedra de toque de este bendito pontificado. No poco ha favorecido para este clima rupturista algunos textos conciliares, los cuales, o eran ambiguos o directamente eran contradictorios con el Magisterio precedente. No obstante, esa es mi opinión, la asistencia del Espíritu Santo fue declarar al CVII como pastoral, es decir, sea lo que sea el término (hay muchas respetables opiniones al respecto), de rango inferior al dogma y a la infalibilidad del Magisterio anterior y posterior a ese concilio ecuménico.
Sufrimos las secuelas de la ruptura en custiones vitales como la liturgia de la Santa Misa, centro y raíz de la vida cristiana; la doctrina social, haciendo tabula rasa de Mirari Vos, Syllabus, Pascendi, Notre Charge Apostolique y Humani Generis; y el indiferentismo religioso aprovechado para la politización de la "superación de credos".
S.S. Benedicto XVI ha acometido la labor primera de rescatar la continuidad litúrgica, y con ella la dogmática, en la Santa Misa. Para las otras dos cuestiones es necesario la elaboración de un compendio de Doctrina Social continuista. El editado, por necesario, en tiempos de S.S. Juan Pablo II por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz es un fiasco, una auténtica discontinuidad histórico-teológica del Magisterio. Esta cuestión es ineludible, pues, la parálisis preconciliar, la atrofia muscular del brazo de la Iglesia sigue sin remedio y en claro trance degenerativo.
El Magisterio postconciliar, vasto e importantísimo en temas vitales como el aborto, las uniones de parejas del mismo sexo, el aborto provocado, las investigaciones con células embrionarias, la fertilización in vitro, la inseminación artificial, la donación de órganos en trasplantes quirúrgicos, las reconstrucciones plásticas de personas sanas, etc.; no encontrará aplicación mientras no haya un código político y social católico continuista con todo el Magisterio. La libertad religiosa en el fuero externo, la neutralidad del Estado en lo moral, la desintegración del régimen de Cristiandad son obstáculos que imposibilitan una acción conjunta y eficaz, es decir, una adhesión de la naturaleza humana a Cristo vitalmente radical, ayer, hoy y siempre.
Hasta que la continuidad no sea plasmada de forma explícita y se siga jugando con las ambigüedades, las contradicciones no hacen más que tirar de la cuerda teológica en sentido contrarios, tal cual la Tradición, tal cual el postconcilio, oponiendo como contrarios aquello que es consubstancial.
Vivo muy esperanzado todas las medidas del Santo Padre en materia litúrgica, en cambio no me duelen prendas en decir que el compadreo ecuménico y el democrático liberal son un obstáculo para alcanzar el lema de este pontificado y en ese sentido no hay un atisbo de luz que se pueda percibir, y así las tinieblas y confusión de los católicos en la vida pública continúa sin solución.
miércoles, 9 de julio de 2008
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